Y todo se redujo a qué dejaste de esperar.
Dejaste de esperarme.
Y aunque me parece injusto (y hasta egoísta) creo que está bien. Esperar por alguien una eternidad no existe.
Lo que sí caló muy hondo en mí fue que me diste tu palabra de que siempre ibas a estar ahí. Aún a la distancia. Que el momento del reencuentro ocurriría, que íbamos a hacer que ocurriera.
Y al final no fue así.
Bueno, supongo que solo me queda desearte lo mejor, que seas feliz, que todos tus planes se cumplan (esos que me contaste en las largas charlas de madrugada) y que aprendas a conservar tu palabra.
Esa que conmigo no valió nada.